abril 20, 2022Disciplina positiva | Gema

¿Por qué siento culpabilidad por comer?

Con el paso del tiempo y la irrupción de nuevas corrientes en psicología, se comienza a conocer y estudiar la estrecha relación que hay entre la culpa y la comida. 

Dicha relación viene gestada desde los primeros años de vida y nunca termina de fraguarse, ya que es una relación que evoluciona a lo largo de la vida de la vida de una persona.

Como cabría esperar, la relación emocional que desarrollamos hacia el hábito de la alimentación puede ser tanto sana como no. Y dentro de las distintas formas problemáticas de relacionarnos con ella, una de las más frecuentes es desde la culpa; donde se percibe el comer, como algo malo.

En este artículo analizaremos por qué nos podemos sentir culpables al comer (o beber) y qué alternativas existen para disminuir este malestar y dejar de sufrir cada vez que ingiramos alimentos.

El sentimiento de culpa al comer.

La culpa es un sentimiento generalmente desagradable que surge como consecuencia de interpretar subjetivamente una conducta propia como algo que debería ser sancionable.

Con “conducta” nos referimos también a procesos abstractos como imaginar, desear y pensar… Y también a la “no acción”. Es decir, podemos sentir culpa por acciones que sentimos que deberíamos haber hecho, pero que no llegamos a hacer.

Es fácil que la culpa se asocie a sentimientos de tristeza (por los efectos causados por la conducta culpabilizante), a la frustración o impotencia (si sentimos que no podemos enmendar o resolver el error cometido) o al remordimiento (entendido como una sensación de inquietud y rumiación por la acción que nos hace sentir culpables).

Niveles de gravedad en la culpa al comer.

Como veremos con más detalle a continuación, la gravedad de la culpa puede distar mucho según el caso y estar mediada por variables distintas.

En primer lugar deberemos entender que si la culpa aparece siempre, con independencia de lo que se coma, cuándo se coma y cuánto se coma, sin duda será indicador de que la situación es bastante grave.

Como no podría ser de otra forma, la intensidad de la culpa también nos indicará si es más o menos grave. En los casos más extremos la culpa puede ser muy elevada y durar durante horas o días.

También puede traducirse en pensamientos o recuerdos del tipo “aquel día
que comí tal cosa”, y aparecer mucho tiempo después.

También es posible que la culpa aparezca solo en situaciones donde sentimos que hemos comido “perdiendo el control”, lo cual suele estar ligado a la cantidad (y a veces al tipo de alimento). Estos son los casos más habituales y suelen contar con un buen pronóstico, ya que las “normas” que se están rompiendo no tienen por qué ser salvajemente estrictas y abriría la puerta a ser modificadas con algo más de facilidad.

En cualquier caso, si la culpa perdura en el tiempo y/o la intensidad es moderada/alta, se recomienda acudir a un psicólogo para no entrar en la espiral de culpa → comer para aliviar la culpa → más culpa, o la otra espiral más habitual de culpa → aumento de las restricciones → hambre intenso → pérdida del control con la comida → más culpa.

¿Cómo dejar de sentir culpa al comer?

Primero debemos entender que la culpa aparece al sentir que hemos roto una norma interna. Por ejemplo, no comer más de 2000 calorías al día; o no comer dulces.

A veces estas normas pueden ser muy desadaptativas, por ejemplo aquellas que son excesivamente generales, siendo una de las más duras la de: comer está mal.

1. Identificación de las normas internas.

Dicho esto, queda patente que el primer paso que debemos dar para poder gestionar mejor la culpa es reconocer las normas internas que tenemos. Preferiblemente escribiéndolas en un papel y comprobando que nos sentimos culpables cuando las transgredimos.

2. Cuestionamiento de las normas internas.

Esta parte es la más difícil porque deberemos entender cómo surgieron estas normas que hoy nos hacen sentir culpables, lo cual implica muchas veces hacer un repaso mental de los acontecimientos y vivencias que pueden haberlas edificado.

Será entonces cuando deberemos ponerlas en entredicho, negociando con ellas, buscando motivos por los cuales no son adecuadas y quizá, no son tampoco útiles ni sanas para nosotros mismos.

3. Cambiar las normas y adaptar nuestros actos.

En ocasiones, será más fácil crear nuevas normas (más flexibles) que eliminar por completo las que ya hay. Por ejemplo, en vez de “está mal comer dulces”, quizá sería mejor “está mal comer dulces todos los días”.

Recuperando la lista de normas que hemos detectado al inicio, podemos aprovechar para reformular algunas de ellas, eliminar otras e incluso añadir nuevas más adaptadas a nuestras necesidades fisiológicas y psicológicas.

4. Aceptación de lo que hacemos y somos.

Esta parte será fundamental compaginarla con la anterior. No podemos crear normas muy restrictivas que por ejemplo disminuyan la cantidad de calorías al día hasta tal punto que nuestro organismo se resienta y nuestro apetito nos desborde. En estos casos podemos con facilidad perder el control (y después sentirnos culpables).

Pero después de todo, somos mamíferos que intentan sobrevivir y para ello necesitan nutrirse. Luchar contra esta fuerza de la naturaleza no suele ser una buena opción.

Así pues, las normas que tenemos deben ser flexibles y deben aceptar nuestra propia naturaleza humana, con nuestros errores y excepciones a las normas.

Bibliografía:
● Gómez, J. A., García, M. y Corral, L. P. (2009). Convivir con los trastornos de
conducta alimentaria: anorexia, bulimia y trastorno por atracón. Madrid: MédicaPanamericana.
● Kortabarria, L., Maganto, C., Iriondo, G. y Macias, A. (2010). Obesidad y emociones positivas y negativas. Comunicación presentada al VII Congreso Iberoamericano de Psicología. Oviedo: Libro de Abstract.
● Maganto, C. y Cruz, S. (2002). La insatisfacción corporal como variable explicativo de los trastornos alimenticios. Revista de Psicología, 20(2), 197-223.

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